lunes, 2 de febrero de 2009

LA FRASE/016

La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso hay que salvarla como sea (Alberto Moravia)

LA COLUMNA/016

¿JUGAMOS A POBRES?
O sea, que debo analizar esa lágrima (Víctor-M. Amela)
Proliferan en los últimos tiempos, en los medios de comunicación, los espacios dedicados a la precariedad con especial atención al problema de los “sin techo”. Bienvenidas sean tales iniciativas, en las que he participado y gustoso seguiré haciéndolo, que pueden aportar enseñanza, atizar conciencias, borrar estigmas y derribar muros. Por regla general nada que objetar al tratamiento dado en los distintos programas pese a ligeros deslices de insistencia en facetas concretas no relevantes o desafinadas estéticas en la presentación (El pueblo de Dios, Sense embuts, Entrelinees, etc.). El proceso suele ser similar: seguimiento del protagonista, entrevistas, reflexiones, panorámica del entorno y, según los casos, moraleja. Cuidando, eso sí, no cargar las tintas contra las administraciones relacionadas con el tema. Mi preocupación se agita cuando veo que la cadena Cuatro dedica un docureality de “21 días” a los sin techo, consistente en que la periodista Samanta Villar ha pasado tres semanas viviendo entre indigentes. Porque pienso que el reporterismo ha confundido la ruta. Parto de unas declaraciones de la periodista para desgranar mi rosario de matizaciones (hoy mi acritud no me alcanza a cáustica): “Hay problemas que sólo se entienden cuando se experimentan en la propia piel”. Primera estación: su piel es la de periodista y la del indigente es otra; no son intercambiables. Segunda estación: en 21 días es imposible abarcar ni asimilar el asunto, porque éste no es una cuestión de piel sino de cabeza y corazón. Si los que viven en la calle supieran que a fin de mes les ingresan una nómina (porque usted no ha renunciado a ella, ¿verdad?) y que un equipo de apoyo les espera, tendrían muy distintos pensamientos y emociones. Además, obvio, no estarían en la calle. ¿Ha percibido la reportera sentimiento de angustia, inestabilidad, profundo dolor por los recuerdos, temor e inseguridad? ¿Ha sentido el corazón roto y hueco y la mente vacía? ¿Ha percibido la emoción de la alegría, el consuelo, acompañamiento y esperanza que se sienten al conocer a un semejante con el mismo problema al que unirse y recorrer juntos un trecho del camino? No es lo mismo meterse en un saco abierto que estar dentro de un saco cerrado. Dudo pues de la eficacia de la experiencia. Precisamente el mayor sufrimiento del “sin techo” no es el material (la capacidad de adaptación del hombre al medio es inmensa) sino mental, el vacío de no tener nada “de verdad” y ver como cada día se derrumba un pilar de la esperanza; y perder “de verdad” familia, amigos y vida social. Vamos al tiempo y al espacio. 21 días es coger un grano en un montón de trigo. Alegan los responsables del programa que un tiempo superior “acabaría distorsionando la objetividad”. ¡De eso se trata! No se dan cuenta de que un plazo superior permitiría no distorsionar sino centrar la subjetividad porque el asunto, no hay que darle vueltas, es subjetivo. Como mínimo habría que cubrir un ciclo anual completo (con sus cuatro estaciones, su climatología, sus improvisados caprichos) para captar una panorámica. Yo ampliaría el plazo a un lustro porque también contabilizan y afectan los cambios sociales y políticos y pueden devenir el caos o el renacimiento. Respecto al espacio, la mudanza es la norma: no es lo mismo la temporada otoño-invierno —cajero— que la de primavera-verano —banco del parque—. Y un ojo siempre abierto con sus secuelas de tensión y cansancio. En definitiva, no pretendo desmontar su iniciativa sino matizarla. Creo que es positiva por lo que puede incidir en espectadores ignorantes o indiferentes, pero no me gustaría escuchar un ¡pobrecita! Yo también debo analizar esa lágrima. ¿Jugamos a pobres? Yo, no.

ENTRELÍNEAS/016

HABLAR, CURA
Hablar de algo sin información o de alguien
sin conocer su opinión conduce, irremisiblemente, al error.

Me resulta extraño escribir sobre algo que es tan antiguo y sabido como la aparición de las primeras agrupaciones humanas. Pero no está mal repasar de vez en cuando las evidencias que, por tales, olvidamos aplicar. Sigue instalada en nuestra sociedad la funesta manía de... dictaminar, juzgar y sentenciar sobre conocimientos de materias... que no conocemos. Lejos de nosotros la molestia de informarnos para disertar con lo que siempre se ha llamado “conocimiento de causa”. Más funesta es la manía de construir opinión y transmitir juicios de valor sobre otras personas desde una percepción superficial de las mismas. Pensar en solitario, o en grupo, sin tener una referencia directa y una explicación explícita de la otra persona pone en marcha un mecanismo diabólico: lo que empieza siendo un copo de nieve por una sospecha germinada unilateralmente en nuestra mente, se va engrosando a base de rumiarla horas y días y meses en el pequeño cubículo de nuestra imaginación. Si además el proceso corre de boca en boca va incorporando ingredientes más y más inciertos al sumar varias imaginaciones. El amante, el amigo, el profesor, el familiar o el conocido, ante la ausencia o distancia prolongados (a veces incluso en la proximidad) cocina interrogantes —¿qué estará haciendo?, ¿con quien estará?, ¿sabrá protegerse? — a los que busca respuesta barajando múltiples hipótesis, lógicamente, equivocadas. Así se atizan los celos, las envidias, las dudas, las sospechas, las suspicacias, el temor y la incertidumbre. Hasta que la bola se convierte en alud y estalla. Entonces es cuando suele aparecer el antídoto a tanto desmán: hablar. Aunque en ese tiempo el sujeto pasivo de tan fantasiosas elucubraciones suele permanecer ignorante de lo que se cuece en su entorno, acaba por intuir un enrarecimiento ambiental que le inquieta y desasosiega. Los efectos sobre él pueden ser letales en forma de desilusión e inseguridad. ¿Qué se está pensando y diciendo de mi?. También él se ve obligado a aplicar el antídoto: hablar. Pero el daño ya está consumado. En conclusión: informarse, preguntar y hablar sin intermediarios... pero a tiempo. En el mismo momento en que aparezcan los temores o las dudas. ¡Ya! Creo que la solución ya se conocía en el origen en que apareció el problema —el mentado inicio de la agrupación humana— pero parecemos empeñados en no aplicarla y alimentar el diccionario con términos ingratos como chismorreo, cotilleo, maledicencia y otras lindezas. Hablemos cara a cara, pares inter pares, y evitaremos muchas horas y días y meses de malestar que desvía nuestra atención de tareas más nobles. ¿Hablamos?

EL DEBATE/016

EL PÁJARO QUE SE POSA Por Gustavo Martín Garzo (El País, 14/12/2008)
Todorov, en su libro El jardín imperfecto, nos recuerda que los griegos distinguían dos tipos de amor: eros, o amor-pasión; y philia, o amor-alegría. En el primero, el amante quiere absorber al otro, (...); en el segundo, vivir en su proximidad, mantenerlo como un ser aparte. (...) Eros y Psique se encuentran en la noche, sin saber quiénes son, y se aman sin llegar a verse. Para volver a encontrarse, Eros le pone a Psique una condición: no pueden verse, ni preguntarse quiénes son; (...) La muchacha (...) cuanto más ama a Eros más desea verlo (...) Y una noche Psique esconde entre sus vestidos una lámpara (...) Eros que, al despertarse, la descubre mirándole. Implacable, la castiga, apartándose de su lado. (...) Eros y Psique representan los dos tipos de amor de que hablaban los griegos. El amor que pide la fusión completa con lo amado; y el amor que se conforma con su vecindad. En el primero, es el yo que desea lo que importa; en el segundo, lo que importa es el tú. A Eros le bastan con sus encuentros ardientes en la oscura cueva de deseo: Psique (...) también quiere tener lo que ama al despertarse por la mañana. El primero se pregunta por lo que quiere, el segundo por lo que encuentra. Uno quiere perder por completo la razón; la otra encontrar ese tipo de razón que sabe pedir a la vida lo que ésta te puede dar. El amor es embeleso, (...), pero también deseo de conocimiento. Al amante no le basta con tener en sus brazos a aquel o aquello que ama (...) Calixto sólo cree en él y en su propio deseo. De hecho, cuando por fin pueden encontrarse, y Melibea, dulce y solícita, le pide que no tenga tanta prisa y que no hace falta que le rompa la ropa mientras la desnuda, Calixto por toda respuesta compara (...) el acto amoroso con un vulgar atracón. “Señora, el que quiere comer el ave quita primero las plumas”. (...) Sólo deseo lo que tengo. Esa frase resume el amor-alegría.. El amor-pasión quiere lo que no tiene (...) busca avecillas que desplumar. El amor-alegría se complace con esa avecilla que desciende, y sólo vive para conservarla a su lado. (...), su presencia, la búsqueda de la verdad se transforma en querer lo que es bueno para él; y el deber, en deleite. Eso nos dice el amor: que al amar no sacrificamos nuestro ser, sino que lo realizamos. (...) tal parece el amor; un hechizo, una pócima que se bebe, y que nos fija a alguien mientras dura su efecto. (...) Es caprichoso y fugitivo, pero le pedimos devoción y constancia; nos promete felicidad, y nos llena de miedo; nos da fuerzas para enfrentarnos a los mayores peligros, pero nos vuelve vulnerables y frágiles; nos hace ser dueños de alguien, y a la vez sus esclavos. (...) (...) El amor es el sentimiento más hondo y misterioso de cuantos pueda experimentar el hombre. Los amantes llegan de su mano a un lugar desconocido y se descubren dueños de un poder que no sabían que tenían. (...) El amor es ese pájaro que se posa un momento en nuestro jardín imperfecto.¿Cómo no ser feliz de que lo haga y no tener miedo al mismo tiempo de que se pueda marchar? (...). Eso es el amor humano: preguntarnos por qué ese pájaro nos eligió a nosotros para quedarse en el mundo; y, en caso de haberse ido, dónde estará ahora y por qué no regresa. (...)

RELATOS... POEMAS... CUENTOS... 016

LA CALLE DE LAS ALEGRÍAS (un cuento de Paula Jiménez)
Una mujer fue a la calle de las Alegrías y se rió a carcajadas pensando que era lo correcto, hasta que un hombre grande de pómulos inflamados le preguntó qué hacía ahí. —Vengo a la calle de las Alegrías —dijo ella sin parar de reírse— porque quiero curarme de una enorme tristeza. —Qué hermoso que hayas venido a la Calle de las Alegrías —le dijo él— pero debo informarte que éste no es tu lugar. Para pasear por la Calle de las Alegrías, primero tenés que estar alegre. —Entonces, ¿a dónde tengo que ir ahora? —preguntó la mujer, cortando una carcajada por la mitad. —Tenés que ir —dijo el hombre— a la Calle de la Tristeza. —¿Y dónde queda la Calle de la Tristeza? —preguntó la mujer. —La Calle de la Tristeza es una calle infinita —contestó—. Cuando terminés de caminarla podrás elegir otra. —Primero, —le reclamó la mujer— nunca voy a terminar de caminar una calle infinita. Segundo: ¿qué puedo encontrar en esa calle, sino más tristeza? —¿Acá encontraste alegría? —le pregunto el hombre. —No. —Entonces ¿cómo podés saber lo que vas a encontrar en otra parte? «Es cierto», se dijo a sí misma. Y entre pensamiento y pensamiento, uno más triste que otro, la mujer retrocedió una cuadra desde donde estaba hasta salir de la calle de las Alegrías. Como nada había cambiado y sentía fracasar una vez más, decidió ir a beber un par de copas a un bar cercano que tenía un cartel gigante, decía “Bar”. Entró con la cabeza gacha y sin siquiera mirar a su alrededor. Se sentó en una banqueta alta y apoyó los codos sobre la barra, luego dejó caer los brazos y sobre ellos la frente. Y comenzó a llorar. Lloró, lloró y lloró sin parar hasta que de tanto llorar sintió sed. Levantó la vista por primera vez y no vio nada ni nadie, salvo un espejo detrás de la barra que la reflejaba y ni siquiera muy bien, porque estaba roto y sucio. «Tengo sed», pensó. «Quiero agua». «Entiendo, se dijo, aquí no me darán nada para tomar». Se fue de allí. Pasó a lado de una viejecita que estaba sentada sobre el pasto y le preguntó: —Señora, ¿dónde podré conseguir agua para mí? —En ningún lado —respondió la anciana. —¿Cómo que en ningún lado? Entonces, ¿voy a morir de sed? —preguntó alarmada. —Si pensás que el agua es para vos, sí. —No, —dijo la mujer— pienso que el agua es para todos, pero ahora la quiero para mí. —En ningún lado, —afirmó la viejita— ¿el agua es para tu sed? —Sí. —Tomá de aquí. —Gracias —dijo la mujer, y llevó a su boca un vaso del que por más que bebía y bebía nunca se vaciaba. Cuando sació su sed le devolvió el vaso que se encontraba tan lleno como al momento de recibirlo. —Esto es muy extraño señora —le dijo la mujer. —¿Qué es tan extraño? —respondió. —Es extraño que esta agua no se agote nunca. —¡Ah!¡A eso te referís! —exclamó la viejita. —Sí, a eso. —Bien, entiendo, ¿vos sabés dónde estás? —preguntó la ancianita. —No —contestó la mujer. —Estás en el Jardín de la Vida, todo lo que hay aquí no se agota nunca, ¿querés quedarte? —No —respondió—, debo ir hacia la Calle de la Tristeza porque quiero curarme de una enorme que me aqueja y luego decidiré a dónde ir. —Muy bien, dijo la viejita, la Calle de la Tristeza es aquí mismo. —¿Dónde? Y le señaló una silla que estaba a menos de un metro de distancia sobe el cemento. —Sentate. —Pero, señora, ¿no estará usted equivocada? Me han dicho que la Calle de la Tristeza es una calle infinita. —Sentate, —repitió la viejita— y luego hablaremos. Entonces la mujer hizo caso del consejo y se sentó en esa silla tan cómoda, viendo brotar de su mano un pañuelo. —Con él podés consolar tus lágrimas, —dijo la viejita—. Yo me voy ahora y vos te vas a quedar aquí, si me necesitás, llámame. —Gracias —dijo la mujer, y pensó: «qué amable es la gente en el Jardín de la Vida, pero yo sigo teniendo motivos para estar triste». Entonces su corazón se sintió peor que nunca y una pesadumbre aún más grande la aquejó; se tapó el rostro con las manos y pensó que era lo mismo ver o no ver, porque ya nada le interesaba. Llegó la noche y la encontró llorando y también el día y luego volvió el crepúsculo descolorido y el alba sin lucero y la encontró llorando. Cuando ya habían pasado varias semanas sintió desesperación y se quiso levantar de su asiento pero no pudo, su cuerpo estaba pegado a la silla y la silla al piso. Entonces pidió ayuda. —¡Señora, señora del Jardín de la Vida! ¡Ayúdeme a salir de aquí! —No gritéis, —dijo la anciana— estoy a tu lado. —No la veía —dijo la mujer. —Es que la gente que va a la Calle de la Tristeza sólo se ve a sí misma —respondió la viejita—. Pero ahora me estás viendo y querés salir, ¿verdad? —Sí, señora, ayúdeme se lo ruego. —Esta no es la Calle de los Ruegos, señorita, aquí con pedir ayuda alcanza, déme la mano. Entonces la viejita le tomó la mano y la mujer se incorporó sin hacer la más mínima fuerza. —Esto es un milagro —dijo al ver que podía caminar—. Estoy tan contenta, ¡creí que iba a tener que quedarme allí infinitamente! —Te quedaste infinitamente pero es hora de salir —dijo la señora del Jardín de la Vida. Entonces apareció el hombre grandote de pómulos inflados y la invitó a bailar con él. —Claro —contestó la mujer. Y bailaron juntas en una calle ancha y clara. —¿Dónde estamos? —preguntó. —En la Calle de las Alegrías —contestó el hombre. —Qué curioso —dijo la mujer—, yo no recuerdo este hermoso cielo y esta música, no recuerdo que eras tan buen mozo ¡y qué bien que bailás! No recuerdo nada de lo que ahora veo. —Porque antes no lo veías, dijo el hombre, y estamos aquí para festejar que recuperaste tus ojos y ahora que te veo con ojos, ¡qué linda sos! —Gracias —dijo la mujer y se sintió feliz. Y a punto de llamar a la señora del Jardín de la Vida para que venga a bailar con ellos, miró la calle para ver de dónde provenía la música. Mirando, vio venir un grupo de personas vestidas de muchísimos colores que cantaban y tocaban bombos, platillos y silbatos. Entonces la mujercita con el corazón lleno de regocijo se incorporó a la banda tomada de la mano del señor mofletudo. Con gran asombro descubrió que la ancianita también estaba ahí, marcando los pasos de la murga.

ENSEÑANZA/016

Me he permitido la licencia de hacer un resumen del librito-guía de Joan Carles Girbés sobre la estimulación de la lectura en los niños. Al hacerlo no he podido evitar añadir comentarios o ideas propias, por lo que el resultado no es un fiel extracto del original. Espero que el autor me perdone, pero si recomiendo la lectura íntegra del libro. Cara a incluirla en el blog me ha parecido más práctico condensarlo (Miguel Virto)
PARA CREAR LECTORES Joan Carles Girbés (Carcaixent, 1974) Director de la revista L´illa
Los primeros indicados para conseguir que los hijos adquieran el hábito de la lectura son los padres. Y es que para engancharse a los libros y papeles impresos no hay nada mejor que verlos y tocarlos en casa desde la más tierna edad. El hecho de leer deriva en un hábito familiar desde la cotidianidad. ¿Por qué queremos “crear lectores”? El fin de esta guía es fomentar la lectura, hacer lector a otro, ya sea la hija, una sobrina o un niño del vecindario. ¿Nosotros mismos somos lectores?. Es una pregunta a resolver. Mal asunto si no se predica con el ejemplo: “La madre no lee nunca, pero tú si deberías hacerlo.” Primer asalto nulo. Un libro no es un objeto sagrado ni de culto Un libro no sirve sólo para ser leído, para “viajar a otros mundos”, como se suele decir. También puede servir para contemplar, para entretenernos –y aprender- con los dibujos, para provocar el diálogo con los hijos, para aprender a querer, para enamorar (¡cuánta prosa y poesía son culpables de tantos amores!). Los libros han de ser compañeros de juegos habituales. La lectura crítica Nos permite descifrar un texto o un documento y comprenderlo correctamente, analizarlo, fijar el contexto, relacionarlo y valorarlo. Los lectores críticos hacen más preguntas, son difíciles de manipular, fundamentan sus opiniones, seleccionan sus canales de información y mantienen puntos de vista propios. ¡Cuántos valores que tantos quebraderos de cabeza traen a padres y educadores se resuelven con cuatro líneas bien dispuestas! Excusas No tengo tiempo. No lee quien puede sino quien quiere. De acuerdo que hay momentos o días en que, derrotados, preferimos dejarnos llevar y apalancarnos con la televisión; es decir, igualmente acumular ojeras, restar horas al descanso y... justificar la desgana de leer. Hay que empezar por convencerse de que leer es ganar tiempo a la vida. No nos planteemos si tenemos tiempo o no. Simplemente se encuentra. Sin forzar la máquina, sin obligarse. Leer es caro. Leer es amortizable en el tiempo y en la salud. A malas, hay bibliotecas, librerías “de viejo”, iniciativas recientes de abandono de libros para ser intercambiados (en el hueco de un árbol, por ejemplo) y siempre queda el recurso de pedirlos prestados a los amigos. ¡Sin olvidar devolverlos!... (aunque esta es una regla más difícil de cumplir que aprender a leer). Leer es un rollo. Como imposible afirmar que “no me gusta leer”. ¡Si no lo has probado!. ¿No decías que no te gustaban los mazapanes, las ostras y la vecina de enfrente? Es casi seguro que si pruebas, te enganchas. Los beneficios Para crear lectores hay una premisa fundamental: no obligar a leer. No chantajear: “si leyeses más, traerías mejores notas” y no establecer comparaciones odiosas: “fulanito es más inteligente porque lee” (frase que dice muy poco a favor de la inteligencia del que la pronuncia). Es obvio que quien no lee por placer, difícilmente lo hará por obligación y esta es una de las causas del fracaso escolar. La lectura mejora el conocimiento y el uso, no sólo del vocabulario, sino también de las reglas de ortografía y gramaticales con el consiguiente beneficio a la hora de expresarse de palabra o por escrito. Por lo general, los niños lectores muestran una mayor disposición a atender, se concentran más y aumentan la capacidad de retener y memorizar. Leer también nos hace más receptivos a las opiniones de los otros –y por lo tanto más tolerantes-; facilita la expresión de ideas y sentimientos, nos da más seguridad con aumento de la autoestima y nos hace más cultos. (Un inciso: olvidemos de una vez asociar cultura e inteligencia y ambas con triunfo. Hay personas que triunfan en la vida sin haber leído una línea). Como afirma Humberto Eco: “No hemos de leer para tener éxito, sino para vivir más”. Y no olvidar, ahora no recuerdo quien lo dijo, que “la muerte natural de un escritor o artista español es, necesariamente, por hambre”. Pero con esto no pretendo desanimar a nadie si en el otro lado de la balanza ponemos que las buenas lecturas alimentan los contenidos de nuestro pensamiento y nuestras conversaciones, facilitan el desarrollo de la fantasía y de la creatividad. Y en la sociedad actual pocas virtudes se valoran más que la creatividad. En definitiva: Más libros, más libres. El lector no nace, se hace En casa, los niños aprenden constantemente conceptos y adquieren hábitos por repetición o por imitación. Ninguno nace siendo lector, pero tampoco nadie nace NO siendo lector, ¿eh? Despertar la lectura reduce el riesgo de crear analfabetos funcionales, es decir, niños y adultos que han aprendido los fundamentos de la lectura pero no entienden lo que leen. Un comentario, una recomendación entusiasta y sincera desde el apasionamiento pueden hacer más por fomentar al lector que semanas de lecciones teóricas. Hay casos de voraces lectores que han crecido en familias poco o nada lectoras; no es preciso tener muchos estudios ni ser un erudito para fomentar la lectura. Que nos vean leyendo Emili Teixidor afirma: “Contagiar el deseo de leer... (...) sin imposiciones, por simple contacto, imitación o seducción... El contagio/contacto más eficaz es el mejor ejemplo.” El libro no está de adorno Los libros no son piezas de museo, han de convertirse en elementos normales en casa. Es nefasta la manía de tenerlos fuera del alcance o encerrados para evitar que se deterioren. Al contrario, hay estrategias sencillas para convertir el libro en un elemento más del hogar y en una entación: “olvidarlos” en la cocina, en la mesilla, en la mesa del comedor, cerca de la televisión y en el baño (¡qué mejor lugar de reflexión y relax!). Hablar del libro Los libros han de aparecer con normalidad en nuestras conversaciones. Preguntar al hijo o al amigo qué le parece tal o cual personaje, tal o cual situación, fomentar la concordancia o la discrepancia (hay que tener claro que los libros se pueden criticar), estimular y apreciar el criterio del otro (que lo hagan con nosotros también nos estimula). No sacralizar el libro, no pensemos que todo lo que se publica es maravilloso solamente porque tiene forma de libro. En resumen, comentar, comentar y comentar... no interrogar o inquirir. Fomentar la escritura es también una buena técnica: de acuerdo que no todos los lectores escriben, pero, ¿conocéis algún buen escritor que no haya sido un gran lector? Muy importante es hacer un seguimiento... discreto, del proceso. La adolescencia es el momento más crítico. Se puede haber sido un lector voraz y tener fases, años incluso, de inactividad lectora... y de no montar en bicicleta. Cuando se vuelve a arrancar no hay que aprender... ya se sabía. Cómo conseguir que se odien los libros Desgraciadamente es muy fácil: sólo hay que empezar por regalar al niño el libro que le han aconsejado en la escuela, corregirles sin respiro los errores de lectura (sobre todo cuando empiezan), obligar a leer (el verbo leer no admite imperativo), pedirles que lean a cambio de dinero, premios o regalos. Si obligásemos a un niño a comerse un caramelo, lo haría encantado; si se lo prohibiésemos, aumentaría el deseo. Pero la lectura no siempre se ve como un caramelo (aunque dar un cierto aire de “prohibido” a un libro puede picar la curiosidad por puro desarrollo del instinto de llevar la contraria). Castigarlos sin tele, consola o internet son órdenes ideales para que los niños odien los libros. Menospreciar los gustos del lector es también un buen sistema de fomentar ese odio. Hay que tener en cuenta que aquella novela tan extraordinaria que marcó nuestra infancia puede resultar aburridísima para el otro. Daniel Penca nos habla de los derechos de los lectores: 1.- Derecho a no leer algún día; 2.- Derecho a saltarse páginas; y 3.- Derecho a no acabar el libro. Si añadimos un estricto control sobre lo que leen, la labor de aversión estará completa. Y si machacamos sobre los beneficios de la lectura ponemos la guinda al pastel. Estar siempre leyendo, ¿es bueno? ¿Qué si es bueno? Es extraordinario. ¡que suerte!. No hay nadie diagnosticado de ceguera por leer. Por más horas que se pasen delante de los libros, siempre diferenciarán entre los mundos de ficción y la realidad. ¿Cómo elegir? Encontrar un librero de cabecera con quien establecer confianza nos asegura buenas lecturas para toda la vida. Las reseñas más elogiosas o los más prestigiados premios no garantizan el entusiasmo por un libro concreto. Examinemos bien los textos de las cubiertas y hojeemos el interior para ver si, en principio, se adapta a los intereses y la madurez literaria del destinatario. Las edades del libro De los 6 a los 8 años. Es la edad de los porqués. No perdamos la oportunidad de buscarles las respuestas en los libros. De los 9 a los 12 años. Es la edad en que se forman los lectores del futuro. Ya conocen las técnicas de la lectura y o se fijan tanto en el significado de cada palabra. De los 13 años en adelante. Es la edad en que todo es susceptible de cambiar de la noche al día. La competencia con los medios audiovisuales es cada vez más feroz. Por eso es el momento de redoblar el esfuerzo de animación lectora. Más allá de los libros Es más que interesante estar familiarizado con la lectura de diarios y revistas donde encontramos información, columnas de opinión, entrevistas y publicidad que muestran estilos y niveles de lengua diferentes.