lunes, 14 de junio de 2010

LA FRASE

Todos somos aficionados.
La vida es tan corta que no da para más.
(Azorín)

La columna: INDIGENTES CON GLAMUR

Nadie se tome estas líneas como burla o sátira, ni tan siquiera parodia, de la situación que se describe. Ni como humorada, porque van cargadas con la mejor de las intenciones y no están en absoluto carentes de lógica.
Muchas de las personas en situación de indigencia se han visto, a veces, inmersas, por razones sociales o familiares, en ambientes en lo que no es oportuno, por propia dignidad o respeto a los allegados, revelar o mostrar la situación de penuria en que se hallan. Si además en tales círculos afloran la petulancia y la ostentación, razón de más.
Propongo pues, para no quedar relegados al ostracismo en tales bretes, un tipo de intervención en la que no se incluye ninguna imprecisión, ninguna mentira y sí algo de potencia refractaria a los vanidosos. Por ejemplo (cada cual lo adapte a su circunstancia): “Me levanto a media mañana, me pongo mi camisa Massimo Dutti, los pantalones Burberry, zapatos Lotusse y me enfundo la cazadora Jak & Jones. Me sirven el desayuno, leo la prensa y me voy a trabajar. A la hora de la comida, el chef me sorprende cada día con una especialidad distinta y los camareros siempre tienen alguna deferencia conmigo que, al fin y al cabo, soy cliente habitual. No perdono mi siestecita, mi tertulia y mi paseo por los lugares frecuentados por la más exquisita sociedad. Cuando anochece me reúno con los amigos a comentar la jornada y «chascarrillear» sobre mil temas. Finalmente el chófer me lleva casa donde ya encuentro preparada la cena. Y a descansar.” Si a esta frase le añadimos una voz engolada y grave de intelectual consagrado, como hace un amigo mío, el resultado es perfecto.
Paso a interpretar el texto para que se demuestre, como ya he dicho, que no hay mentira o imprecisión. Me visto con la ropa que hay en los sitios donde ofrecen ducha y cambio de vestimenta a los indigentes, en los que no es raro encontrar buenas marcas. El desayuno (un cortadito si llega o fiado si se tercia) me lo sirve Paco, el de la tasca que frecuento y donde leo el periódico de la casa. Me voy a trabajar —¿o no es trabajo recoger chatarra, asistir a algún taller de alguna asociación altruista o aposentarse en algún lugar a pedir caridad?— y la comida la hago en algún comedor social en el que irremediablemente el menú varía al albedrío del cocinero de turno y los que atienden son voluntarios o contratados que siempre tienen algún detalle en forma de frase de ánimo o palmada en la espalda. ¿La siesta?; según el clima, ¡que gloriosas siestas se pueden disfrutar en el banco de un parque arbolado con la tonada de los pajarillos o al abrigo de una estación de autobuses con música ambiental de fondo! El paseo y la tertulia se dan en ocuparse en las tareas de la mañana y en charlar con los amigos ocasionales de la misma condición. La reunión nocturna en otra tasca donde cae algún vinito o cortado (según adicciones) que siempre alguno ha tenido un buen día y puede pagar. El chófer del metro o el autobús, abordado con frecuencia sin billete, me acerca a mi casa —¿no es una habitación el cajero automático, un techo el cielo estrellado o, aún más, un piso compartido gracias a la ayuda de alguna fundación dedicada a tal menester?—. La cena está preparada porque la he hecho por la mañana o la he conseguido ya elaborada en forma de bocadillo. Y a descansar.
Lo dicho: ni una falsedad ni una inexactitud. Si esto se adereza con un poco de elegancia, buena compostura y alarde de aplomo, quedaremos estupendamente, no habremos comprometido a las personas que no deseamos que se avergüencen de nosotros y habremos acallado las gollerías de los fatuos.

CON PLUMA AJENA

Caducidad: qué sí y qué no

por JOSEP MARIA ESPINÀS

El otro día me vendieron en una tienda una pequeña lata de foie francés. Cuando me disponía a abrirla, me di cuenta de que, según la fecha impresa en la etiqueta, ese foie estaba caducado.
Fui a la tienda y a los dependientes les pareció de lo más natural cambiarme la lata por otra. Animado por esta solución tan rápida, y tan justa, viajé a Madrid en el AVE y, tras ser recibido atentamente por la presidenta del Tribunal Constitucional, me permití advertirle que cuatro de los magistrados que lo integran estaban caducados, y no solo de hacía una semanita, sino cuatro años.
Me respondió, amablemente, que no sufriera. Que si se trataba de yogures o de cualquier producto alimentario, sí que había que retirarlos de inmediato de establecimientos y almacenes, porque existía el riesgo de que la salud de los ciudadanos quedara perjudicada. Pero que un magistrado era otra cosa.
No era un alimento. Nadie corría el peligro de tragárselo, aunque fuera por distracción. Que con las latas de sardinas y los envases de leche sí que había que ser precavido, pero que un magistrado se conservaba perfectamente durante años. Que si no fuera porque, lamentablemente, llega un día en que la vida se acaba, un magistrado podría dictar sentencias válidas por los siglos de los siglos. Amén.
Me convenció de que se trataba de un prodigio de la naturaleza. En un momento determinado de la entrevista, endureció un poco la voz –a pesar de su amabilidad– para decirme que no osara comparar a un ilustre jurista con una lata de atún o un tetrabrik de leche descremada. Por nada del mundo, la tranquilicé.
Regresé a Barcelona absolutamente confiado, hasta que empecé a recordar los tiempos en que yo era un abogado joven y estaba muy pendiente de los plazos judiciales. Tenía un día perfectamente fijado para responder a una demanda. Había un período de tiempo no prorrogable para presentar testigos a favor de mi cliente. La fecha que la Audiencia establecía para asistir al juicio yo no la podía cambiar. Y, evidentemente, si mi procurador llevaba los papeles al juzgado fuera de plazo, el pleito estaba perdido.
 
Los magistrados se jubilaban con gran ilusión, el día que les tocaba, porque ya no deberían estudiar más expedientes ni deberían aguantar, en la sala, con la toga puesta, los discursos del fiscal y del abogado defensor, que, habitualmente, solían ser muy pesados.
 
Eran otros tiempos. Por suerte, ya caducados. 

HUMOR

Perlas culturales futbolísticas
Extractado de EUROSPORT
El último en hacer temblar los cimientos del conocimiento ha sido Leo Messi, a quien tanto llamarle Pulga le ha confundido sobre el resto de familias del reino animal.
     El que todos coinciden en señalar que es el mejor jugador del mundo confundió las familias del reino animal y a la pregunta de cuál es su insecto favorito contestó "un mono", y lo mejor de todo es que justificó su respuesta por lo que no se trató de un lapsus. "Los monos siempre han sido mis favorito, son descarados".
     Otro que también parece que nunca vio 'El Hombre y la Tierra' de Félix Rodríguez de la Fuente fue el madridista Raúl Albiol, que a la pregunta de ¿a qué te vendrías a Austria fuera de la Eurocopa? contestó "para ver los canguros".
     Hay a los que tampoco se le da especialmente bien la geografía. El ex rayista Mark Draper aseguró que le "gustaría jugar en un equipo italiano como el Barcelona".
      En matemáticas hay ejemplos tan gráficos como "Hay que jugar con tres cojones" (Luis Fernández, actual seleccionador israelí) o "no me importa perder todos los partidos, siempre y cuando ganemos la liga" (Mark Viduka, futbolista australiano).
      La anatomía o el dibujo técnico son otros de los huesos duros: "En el reino de los ciegos el bizco es el rey, pero sigue siendo bizco", Johan Cruyff, alias el 'Flaco', o "ese penalti lo debe tirar al palo corto", de Jorge D'Alessandro, actual entrenador del Salamanca".
   La Religión también merecen un repaso de vez en cuando, os dejamos estas declaraciones de David Beckham: "Quiero que mi hijo sea cristianizado, pero no sé todavía a qué religión".

PARÁBOLA DEL SUICIDA / EPÍLOGO DE ESPERANZA (VI)

¡Daño en el alma!
¡Rasgad las vestiduras!
¡Esquilas sonad!
¡Llamad para el Gran Juicio
de la quema de herejes! Que aquí
respira un brujo que quiere
con su voz rasgar las tumbas
               abrir las heridas
               y quebrar los mármoles.
Se dice prisionero
y llama al Hombre.
        Se dice músico de la Justicia.
        Fabulista de la Anarquía.
        ¿No te das cuenta de que nadie
                                             nadie
oye la golondrina que hurga sus conciencias?
¿No ves que tenemos al Hombre
perfecta y socialmente ordenado?
¿Qué ofreces tú?
               ¿Pan?
               ¿Agua?
               ¿Amor o estrellas?
¿Qué ofreces tú?
        Nosotros tenemos contento al Hombre
con el supremo orden del dinero
                                      lujo
                                      licor
                                      comodidad
                                      de no pensar
                                      en lo que ignora.
Nosotros todo lo vendemos.
Pata ti todo está perdido.
El ventral punto
de la escritura
es ya un dique
que separa las ideas
por colores.
El Hombre está ya
               inútil de gritar.
Es un ciudadano
               prensado por colores.
                       El Amor está
matemáticamente pensado
                              es cuadrícula
                              violación silenciosa
                              de cadera por altura.
El Hombre es una ficha de colores
con brazos que creen
agitar unas manos libres.
El Hombre es un hilo sonriente
de nuestra máquina dentada
               que lo cose
               que lo remienda
               que lo desmadeja.
Las letras y las claves musicales
se agrupan por colores.
        Todo está vendido.
                              La libertad
es un florido laberinto.
                              La política
un comercio de justicia e ideales.
Todos tienen su color —rojo o azul—
para creerse libres.
                              ¿Desesperas?
ЖЖЖЖЖЖЖЖЖЖ
¡Libre! ¡Libre y engañado!
Bien llena la panza. Inútil la cabeza
y bien cubierto de oro y maldiciones
llovidas de un dios castigador.
Siempre con el hacha vengadora
dispuesta sobre su cabeza.
Libre pero inconsciente. Bien dispuesto
al ataque último
                       de la perfecta técnica
                       de la perfecta guerra
                              de categorías
                       de la perfecta destrucción.
        Tenéis al Hombre bien encadenado
a vuestros esquemas de orden y concierto.
Bien uniformado por vuestros bien uniformados
y valerosos generales que mantienen
un orden social vendido con la sangre
y pagado con cadáveres cronometrados.
        Mas yo os advierto. Os amenazo
con otro Hombre que nace del agua contra ellos.
El Hombre de la Verdad. El Iluminado.
El Perseguido. El Loco. El Encarcelado
por reírse de vuestros fusiles locos.
El único soberano
de sus actos
de sus sentimientos
de su belleza.
El único soberano
de su amor
y de su odio.
El Hombre de la lucha.
El Hombre y pico
frente a vuestro hombre y pala.
El Hombre que con su palabra
arrasará vuestros templos de Mentira.
El que hará temblar a los verdugos
y derribará el patíbulo con su anárquica
ilusión de construir un Hombre nuevo.
El Hombre que se gestiona a sí mismo
para no acabar congestionado.
El Hombre feliz que no tiene camisa y ama
al Hombre que desea vivir en Libertad.
Y yo os advierto. Os amenazo
co un Hombre solitario que yace
entre los versos. Un licor viscoso
que anega vuestras gargantas y empaña
el más profundo tuétano.
Un Hombre que yace donde pululan las palabras
de la anarquía poética. Nada más que un Hombre
en el que no entra
la cultura trucada y alienante
la técnica apátrida que desborda
y obstruye inútilmente los sentidos.
        El Hombre que yace con la Humanidad
y sus agobios de aniquilamiento.
El Hombre que respira amenazado
por el ser o el no ser
esclavo o libre
carne o hierro.
El Hombre del Amor y la caricia.
El Hombre que levanta entre sus manos
un dalle que corta y besa.
El Hombre que levanta entre los puños
un grito de Libertad.
Es el Hombre-Dios
El Hombre-Independiente
El Hombre-Cristo
El Hombre-Pueblo
que escupe su dolor en vuestros ojos.
ЖЖЖЖЖЖЖЖЖЖ

martes, 11 de mayo de 2010

LA FRASE

Ámame cuando menos lo merezca
porque es cuando más lo necesito
(Proverbio chino)

La columna: ¡QUE ME DEJEN HABLAR TRANQUILO!

Estas reflexiones se basan en la entrevista publicada en El Periódico realizada a Luis Miguel Moureau, tartamudo, con motivo de la representación teatral de Vidas melódicas sobre la problemática de este colectivo. Porque yo, que soy fluido —como ellos denominan a los que hablamos «normal»—, me considero un tartamudo mental. Y reclamo, como ellos, el derecho a hablar sin prisas.
Afirma Luis Miguel que nadie nace tartamudo sino que es fruto de alguna ofensa, desprecio o trauma sufrido. Pues bien, a mí me ofende que no me dejen hablar con pausa y con todo lujo de detalles sobre un tema y, claro, acabaré traumatizado. Dice también que “esta sociedad vive pendiente de las dos cosas que más daño nos pueden hacer a los tartamudos: el habla y las prisas, el «¡dímelo rápido!»". Voy a añadir algunos argumentos que también nos afectan a los fluidos (de habla y conversación): cuando comentamos algún tema, es imprescindible detallar todas las circunstancias que lo rodean y las consecuencias que puede acarrear; explicar todos los matices para su correcta interpretación, y esto lleva tiempo y lucidez mental. La precipitación conduce al malentendido y la sesgada percepción del asunto, crea desconcierto en el charlista y desorden en sus ideas. Suele quedarse con una amarga sensación de que dichas así las cosas el interlocutor no le ha entendido bien.
“Lo que más me molesta es que alguien acabe la frase por nosotros” dice. O que nos corten antes de empezar a pronunciarla, añado yo, abusando del estigma de pesados que nos marca. Al fluido, al menos a mí, me ofende que me digan nada más terminada la primera frase: “termina ya, ya está, ya te he entendido”. Coincido en que este gesto no es malintencionado pero es lamentable. A mí me molesta la gente que grita o que se expresa atropelladamente, pero si percibo que es un elemento inevitable de su idiosincrasia, me adapto y lo respeto. El mismo respeto que reclamo para mi forma de expresarme.
“Usted no obliga a correr a un cojo, pues no me obligue a mí a hablar deprisa”, termina Luis Miguel. Por eso reivindico mi derecho (supongo que tendré aliados) a que no me creen ansiedad ni sobrexcitación, y mucho menos complejo de latoso o circunspecto. Reclamo mi derecho a la conversación pausada y pautada que, por ende, reporta innumerables beneficios: libera al parlante, por el mero hecho de poder contarlo, de sentimientos negativos que algún hecho le ha causado; seda y produce una serenidad —la que produce la calma— que transmite aplomo y energía; y, me atrevería a decir, que es clínicamente aconsejable para controlar la tensión y, si me apuran, hasta disminuir los niveles de diabetes o colesterol. Deberían expenderse recetas, con cargo a la Seguridad Social, con la prescripción “hablar con calma y tiempo cada 8 horas”.
Es curioso que el precipitado (antítesis del tartamudo y el fluido) se declare amante de la contemplación interminable de las puestas de sol o el cielo estrellado y se irrite si le decimos: ¡venga, vamos!”.
En resumen, un mensaje a quienes se den por aludidos y asuman incurrir en esta tortura. ¡Que nos dejen hablar tranquilos! ¿Cuántos conflictos se hubieran evitado si previamente se hubiera celebrado una relajada conversación. Así que benditos sean los tartamudos y fluidos puntillosos y líbrenos Dios de los «sintéticos».

HUMOR